Más fuerza ante la desolación de la muerte

 Desde el lado más humano e intimista, nos resulta imposible estar a la altura, en palabras, de lo que nos provoca la muerte y la  desolación del descarrilamiento del tren en Santiago de Compostela. Qué le digo yo a mi amigo Isidoro, que no volverá a ver a su nieto por viajar en ese tren… cuánta impotencia, cuántos sueños hechos añicos.Uno no sabe muy bien cómo ofrecer lo poco que tiene para hacer de estas horas, un tiempo de unión y barricada frente al inabarcable dolor de las familias que perdieron a sus seres queridos. Estar con ellos es nuestro deber moral y nuestra necesidad afectiva. No podemos debatirnos en las formas, sino en la innegociable predisposición humana para ponerle el pecho a la tragedia.Llorar para adentro, como decía el poeta que lloran los hombres, es un matiz más de tanta pena. Pero dentro de lo dantesco, es imprescindible resaltar la solidaridad de la ciudadanía allí mismo y el trabajo denodado, más allá de la obligación, de tantos empleados públicos, nada más ocurrir el descarrilamiento.Bajar al lugar del drama para rescatar lo rescatable y socorrer lo que quedaba del desastre, fue la actitud frecuente de quienes llegaron al lugar y ofrecieron todo lo que tenían para, simplemente, dar su vida por los demás.Somos un pueblo solidario, fuerte, difícil de doblegar, capaz de pasar penurias y levantarse, capaz de estar con quien lo necesita, de sentirse hermano ante el dolor. Por ello y a pesar de todo, de cada acto de destrucción, somos capaces de contribuir a otro de construcción.El dolor no cesa, la pena no descansa, pero saldremos de ésta y de todas las trampas que nos ponga el destino.

Uno no sabe muy bien cómo ofrecer lo poco que tiene para hacer de estas horas, un tiempo de unión y barricada frente al inabarcable dolor de las familias que perdieron a sus seres queridos. Estar con ellos es nuestro deber moral y nuestra necesidad afectiva. No podemos debatirnos en las formas, sino en la innegociable predisposición humana para ponerle el pecho a la tragedia.

Llorar para adentro, como decía el poeta que lloran los hombres, es un matiz más de tanta pena. Pero dentro de lo dantesco, es imprescindible resaltar la solidaridad de la ciudadanía allí mismo y el trabajo denodado, más allá de la obligación, de tantos empleados públicos, nada más ocurrir el descarrilamiento.

Bajar al lugar del drama para rescatar lo rescatable y socorrer lo que quedaba del desastre, fue la actitud frecuente de quienes llegaron al lugar y ofrecieron todo lo que tenían para, simplemente, dar su vida por los demás.

Somos un pueblo solidario, fuerte, difícil de doblegar, capaz de pasar penurias y levantarse, capaz de estar con quien lo necesita, de sentirse hermano ante el dolor. Por ello y a pesar de todo, de cada acto de destrucción, somos capaces de contribuir a otro de construcción.

El dolor no cesa, la pena no descansa, pero saldremos de ésta y de todas las trampas que nos ponga el destino.

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